27 de abril de 2011

De voluntades y esas cosas.

Una no llega a esas conclusiones de un día para otro. No se levanta y piensa y hace y destruye lo que más quiere nada más porque parece lo más apropiado en ese momento. Y sí tiene sentido cuando te preguntan si sientes algo o si estás pensando, porque para hacer eso se necesita no tener corazón, no tener cabeza y actuar con lo que te queda de conservación personal. No hubo un día en el que dejara que pasara de largo las consecuencias de mis actos, pero tampoco no hubo momento en el que no entendiera el por qué estaba haciendo lo que hacía. Días, meses y años me convirtieron en lo que viste; lo que no es -no existe- pero camina y habla y hace. Mi cuerpo se dividió por segmentos, autónomos e inservibles. Nada era mío y nada era de alguien más; un limbo que pesaba más que el infierno que estaba debajo. Sé que eso no me exime, ni la deficiencia en mi coordinación psicomotora, ni mi falta de madurez en cualquier aspecto concebido, pero la ausencia de humanidad en mi caso, creo yo, habla más de mi actos que sus acciones en sí y de su desesperada búsqueda por encontrarla.

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