26 de julio de 2013

Sobre cafeína y otras drogas legales.


De entre las mil veinticinco cualidades que la naturaleza no me cedió creo que la que más me pesa es la falta de fuerza de voluntad. Uno pensará que es algo que la gente va forjando y que sólo se gana trabajando en ello y esas chingaderas optimistas que todos estamos acostumbrados a oír y decir. Pero, no cabrón, en realidad sí hay gente que tiene o un chingo de amor propio para hacer única y exclusivamente lo que es bueno para ellos y su crecimiento personal, o les vale madre todo y ese valemadrismo llega a pasar como una cualidad que hace que te desapegues de esas cosas que todos conocemos que nos hacen mal.

En mi caso ha sido una situación abismalmente distinta. Porque ni me quiero ni me vale madre; eso del instinto de conservación nulo viene como defecto de fábrica y he tenido que pelear conmigo, pues, toda mi vida, ¿no?. Es muy fácil vivir como víctima, y yo estaba en realidad bastante cómoda con esa situación hasta hace año y medio en que decidí hacer algo al respecto (y digo "hacer algo al respecto" porque cuenta ya me había dado hace muchos años; hacerte pendeja es una habilidad adquirida, eso sí.) y cual drogadicta en rehabilitación entre en un detox intensivo.
Las cosas han cambiado muchísimo desde entonces.

Hasta hoy.

Hoy tomé bastante, bastante café. Hoy recordé lo que se siente tener esos cambios bruscos de humor, de los ataques de ansiedad y la necesidad de cortarte un brazo a ver si así le bajas a tu pedo. Suena bien pendejo, lo sé, pero si ustedes jamás han sentido esas cositas a las que nadie les da importancia y que se llaman "ataques de pánico", chingos de felicidades porque no se lo deseo a nadie. En la vida diaria, la cafeína me hace una persona sumamente feliz. Pónganla directo en la vena, la amo. Pero en estos casos, potenció estados de humor oníricos de los cuales, obviamente, yo no estaba para nada consciente.
Diosito allá arriba en el cielo, Belcebú, Baphomet, Ganesha, y todos esos dudes saben lo que me ha costado tener (y tenerme) la paciencia del mundo. De ya no levantarme en la madrugada a quemar camas con gente dormida y tener la madurez para (prepárense para lo que sigue porque es el logro personal más grande que he tenido en mi vida) controlar mis emociones como una persona de mi edad. (Aplausos, por favor.)

Ahora al menos me puedo dar cuenta antes que pase alguna tragedia de que estoy patinando poquito.
Aún así hay ciertas situaciones en este momento que me hacen pensar que nada de lo que haga va a ser suficiente jamás, pero bueno, todos nos sentimos así la mayoría del tiempo. La maldición del perfeccionismo, gracias, mamá.
Necesito escribir estas cosas para releerlo en algunos meses y darme cuenta de que ya había previsto ciertos desenlaces que en verdad espero que no lleguen. Soy super humanista, nos tengo fé todavía.



, Diana Ivonne, paciencia.