Chingado, es que no me puedo sacar esas cien mil imágenes de la cabeza. Todas ciertas, todas pasaron. Si nos hubieramos visto; destrozamos lo que quedaba de cada una sin la otra. Mis marcas, siempre escondidas, hasta en lo más profundo nos tuvimos algo de respeto. Yo nunca voy a terminar de saber la diferencia entre tu blanco y el mío, ni las escalas de grises que abarcan nuestros espacios.
En resignación y como la ofrenda más grande, nos sacamos los ojos y que se los coman los cuervos que ellos ya vieron todo.
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